Sin duda, los sucesos acontecidos el 23 de febrero de 1981
aún perduran en la memoria colectiva de todos los españoles. Lo hayamos vivido
o no, es algo tan cercano y trascendente que no nos podemos olvidar de ello. El
intento de un golpe de Estado, que quería retornar al régimen anterior militar,
supuso un triunfo para la recién nacida democracia española que se consolidó y
prosperó en los siguientes años.
En estos días de desconcierto, esa fe e ilusión en el
sistema se está perdiendo. Muchos miran hacia atrás e intentan buscar algo que
les anime a seguir creyendo. En ese sentido, el golpe militar, perpetrado por
el general Tejero, supone un recuerdo agridulce de terror, y a la vez de
esperanza por la superación de lo inadmisible, y su posterior sentimiento de
consenso y altruismo en la política española. Quizás fue una falsa ilusión,
pero pareció que el bien común y el raciocinio moral se anteponían en esos
días.
Es evidente que la situación en España está cada vez peor,
el desafecto hacía los políticos a cada momento es más grande y peligroso. Las
posturas extremistas crecen, existe un pequeño miedo a un posible suceso como
el ocurrido el 23F. La política tiene que saber encauzar los ritmos que demanda
una sociedad cada vez más madura e instruida. No puede dejarse llevar por la
ineficacia y la más absoluta indiferencia al drama social, tal y como se está
viendo en las últimas actuaciones.
La realidad es clara, si deciden continuar en su inmovilismo
y acomodo inoperante y egoísta, seguiremos igual, lamentando el presente y
recordando melancólicamente un pasado que tampoco fue mejor.
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