La elección de
Jorge Mario Bergoglio como nuevo papa de la Iglesia católica parece abrir un
nuevo periodo de cambio y renovación. Al menos, así se intenta vender. Solo hay
que fijarse en su procedencia americana, algo totalmente impensable hace tan
solo unos años. Jesuita y con el nombre de Francisco, rememora a uno de sus más
admirados santos, san Francisco de Asís, el protector de los pobres.
Bajo esta
bandera de ayuda social y conciencia de la vida de los más desfavorecidos, el
nuevo papa, Francisco, está elaborando una campaña de marketing muy adecuada con
lo que se espera de él. La curia romana adolece en estos momentos de una
terrible imagen de cara al exterior. Los casos de corrupción e inmoralidad
pesan mucho en una institución que, bajo el lema de la infalibilidad, se niega
a reconocer errores.
Del nuevo papa
se esperan grandes cosas, pero de momento parece que su línea es clara.
Concentrar todo el peso de la institución católica en su figura carismática.
Declaraciones como las de este martes en las que aseguraba que el poder de
Iglesia “está al servicio de los pobres” forman parte de un claro eslogan para
hacerse con las simpatías de una comunidad de fieles cada vez más desencantada.
El problema
vendrá en cuestiones más profundas, doctrinales. En este contexto, el nuevo
pontífice es de ideología conservadora. Será su gran prueba, un nuevo horizonte
es posible, por lo que debe canalizar todas las esperanzas depositadas en él en
un gran cambio en todos los sentidos. De momento, se puede decir que ha
empezado con buen pie. Una buena imagen es fundamental para empresas
posteriores.